Las editoriales se enfrentan a otro asalto de mercado. Después de cada verano llega la campaña de navidad, momento importante de presentación de novedades y, en otros tiempos, momento en que las editoriales recogían con creces los beneficios de casi todo el año. Cada editorial propone sus lanzamientos de títulos y/o de autores. Cada sello trata de enfocar el tiro lo más finamente posible porque la cosa no está para fallar ni para hacer experimentos.
Sin embargo, todos los editores trabajan más llevados por la esperanza de que alguno de sus títulos se convierta en la fumata blanca que les salve las cuentas de resultados, que con el estudio puntilloso que asegure el éxito empresarial.
Pero dicho así, hablando solo de los editores, parece que sólo depende de ellos el éxito de su esfuerzo, y no es así. En otras ocasiones he hablado ya de lo que estructura al sector editorial (autor, editor, distribuidor, puntos de venta y lector) y qué le afecta como un mal corrosivo que le mata lentamente, aunque alguna estadística diga que en el año 2015 ha tenido un repunte del 2,8%, eso sí, de una progresiva caída desde el año 2007 del 30%. Triste consuelo que no da aire a nadie y que espero que los gremios y asociaciones no den por bueno este dato, ni siquiera como tendencia.
Las editoriales tienen un complemento para que su esfuerzo tenga éxito. No, no es el lector. El lector es señor de leer o no leer, de elegir su lectura y cuándo lee. Pero el lector no hará nada de lo que quiera hacer si las librerías y distribuidores no hacen su trabajo. Y me explico. Pero primero recordaré que uno de los grandes problemas que propicia esta caída sin retorno del sector es el sistema de trabajar en depósito y la contrafacturación por devoluciones de ejemplares no vendidos, que deja en solitario al editor y los autores en el riesgo empresarial.
Bien, dicho esto diré que el distribuidor es, o debiera ser (que casi ya no lo es), el departamento comercial de la editorial; externo, sí, pero departamento. De igual forma hay muchas PYME que contratan de forma externa sus asesores contables y financieros, las editoriales recurren a los distribuidores para que comercialicen sus productos. Pero casi (digo casi por por el beneficio de la duda) no lo hace ninguna.
Se limitan a enviar como tsunamis las novedades a las librerías provocando en muchas ocasiones un bloqueo de gestión al librero, procurando que no haga caso a nada por desconocimiento de lo que le llega y convirtiendo un título recién publicado en algo viejo y devuelto sin darle oportunidad a que los clientes lleguen siquiera a hojearlo, u ojearlo.
Si las distribuidoras no retoman su trabajo original y abandonan su labor de mero logista, si no hacen una prospección del mercado que ajuste el tipo de libro al tipo de librería, si no busca en el editor un “socio” donde ambos puedan valorar posibles títulos que demanda el mercado, por ejemplo, y si no está además dispuesto a arriesgar algo más en promoción, publicidad, etc., las distribuidoras desaparecerán.
Y si alguien no lo cree y me tacha de agorero, miren qué pasó con los distribuidores de alimentación y cómo los puntos de venta negocian hoy en día con los productores de toda la vida. Y un dato que refuerza la tendencia que señalo: ahora España tiene más o menos unas 175 distribuidoras de todos los tamaños, en 2007 eran casi 400.
También las librerías tendrán que reubicarse. No basta abrir una tienda. No basta decir que amas los libros… Hay que cambiar, dar servicio directo a los clientes, especializarse, dar vida al libro, a todos los libros, no solo a los fáciles betseller ni dejarse “amenazar” por los grandes sellos que pretenden dominar el mercado en una especie de coto cerrado, mientras que los pequeños editores sobreviven de las migajas.
Miren ustedes, siguiendo con el ejemplo de sector de la alimentación y fíjense en los ultramarinos de barrio de los años ‘70, que había uno en cada esquina: los que no se especializaron fueron fagocitados por las grandes superficies de los ‘80. Les recuerdo a los afectados que desde 2007 hasta hoy han cerrado en España algo más de 7.000 librerías.
No soy el único que avisa de la debacle que supone para el país el hundimiento de uno de los sectores que más dinero y puestos de trabajo mueve en España y también más allá de sus fronteras. Hay voces mucho más autorizadas que yo que vienen escribiendo, avisando y señalando sobre qué pasará si los que pueden hacerlo no hacen nada.
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