La crisis editorial (y II)

Como dije en el artículo anterior, sobre la crisis editorial, los problemas de este sector son muy graves, fundamentalmente porque se sigue tratando de mantener unas estructuras de hace 50 años o más, cuando ya nada es lo mismo, ni se parecen las formas de editar ni de leer. Sin embargo, esa es la preocupación de la mayoría de los editores, que seguimos con el mismo protocolo comercial y de Ley del Libro, sin que nada no nadie quiera cambiar.

Hablé de dos de los problemas que a mi juicio hunden al sector: trabajar en depósito y el precio fijo del libro. Ahora voy a analizar otros factores que me parecen tan importantes como los anteriores y que también afectan al sector de forma tan dañina y que no ayuda en nada a levantar el vuelo, como sí han hecho otros sectores que han sabido actualizarse y mirar hacia delante.

El sistema de distribución a librerías sigue igual, bueno no, sigue peor en general. Las distribuidoras, especialmente para los pequeños editores, son consideradas como un departamento comercial externalizado, de la que el resultado de las ventas depende tremendamente de su acción. Sin embargo, apenas hay feedback entre uno y otro, porque el distribuidor trabaja a destajo para los títulos de éxito, los betsellers. Los betsellers, normalmente llegan de grandes sellos que son los que pueden cerrar contratos fuertes con adelantos de ventas a los autores o apostar por la compra de derechos de explotación. De forma que la editorialita se queda con las migajas, para la compra por impulso o si el autor y la editorial hacen un esfuerzo titánico para darse a conocer en un mercado saturado para provocar una mínima demanda de público que se acerquen al librero a pedirlo. Las distribuidoras debe cambiar el sistema. Deben apostar más por el producto de sus representados, no solo coger sellos que, por tener cantidad, finalmente redundará en trato de escasa calidad.
 
Otro de los defectos del distribuidor es que, como el librero, también trabaja en depósito. Así es fácil tirar con pólvora del rey, pidiendo fondo al editor para hacer una buena implantación y después devolver lo no vendido sin ninguna responsabilidad. La distribución debe arriesgar de mutuo propio o morirán o serán devorados por enormes máquinas de servir novedades, donde los pequeños editores no tendrán cabida porque no podrán afrontar la inversión que exige la fabricación de miles de ejemplares. ¿Y qué harán entonces estas...? Pues trabajar directamente con el cliente final, ya sea el lector o el librero especializado o interesado en adquirir determinados títulos, pero preveo entonces que el depósito en este caso desparecerá.
 
El librero debe comprar en firme y la Ley debe liberar el precio de tapa. Lógicamente no tendría sentido lo uno sin lo otro. Sin duda es una de las posibles soluciones para que al sector arrancanse de una vez por todas hacia adelante. El librero, en función del número de ejemplares adquiridos, puede negociar mayor descuento y ofertar más barato en su escaparate. Claro, comprendo que los libreros se nieguen a tal apuesta, porque ahora están cómodos, sin arriesgar. Esta propuesta no es tan rara, hay muchos países que trabajan desde hace tiempo con esta fórmula de negocio, y a nosotros no nos iría mal, nada mal. Hay quién se pueda preguntar que qué hay de lo del autor... El autor cobraría, no por el tanto por ciento estipulado del PVP menos el 4% de IVA, sino por el tanto por ciento ajustado a la factura del editor según sus ventas, no las del librero. Así, todo es más proporcionado, todos ganan justamente lo que han puesto al servivio del mercado, y el autor ganará finalmente lo que de verdad valga él como escritor, no por el hecho de tener publicado un título.
 
Hoy, el ciclo de vida del libro es casi inexistente. Hace años, un libro era novedad durante un año -¡eran otros tiempos!-. Hoy en día no llega al trimestre. Solo tres meses para que el libro se venda o muera. ¿Por qué? Porque se vende tan poco del fondo, que las editoriales apuestan por la huída hacia adelante sacando un título por mes como mínimo, eso las pequeñas, porque los grandes pueden inundar el mercado sacando hasta más de treinta títulos mensuales entre todos sus sellos subrogados. De forma que lo que acaba de lanzar al mercado, desplaza a lo anterior, y si el librero no lo ve salida devuelve los ejemplares que apenas llevan en la calle mes y medio o dos meses... Claro, como se trabaja en depósito, se devuelve al distribuidor y este a su vez, ya sabe usted a quién.. ¡al editor, correcto! Una vez más, es el depósito el culpable de que esto suceda, ya que los disitribuidores lanzan al mercado las novedades y, lo que realmente es una colocación, muchos de ellos lo liquidan como venta, lo que al cabo de dos, tres o más meses se convierte en la parca de los beneficios del editor, porque llegan las devoluciones, motivo por lo que se convierten en otra de las peculiaridades de este sector: las facturaciones negativas.
 
Es difícil romper con esta inercia si el sector no propone nuevas formas de hacer mercado y la cadena de negocio no responde a estas. Pero desde luego si no se intenta nada, todo seguirá deslizándose por una rampa hacia la oscuridad donde los cierres de editoriales, distribuidores y libreros se encontrarán allí, en el pozo húmedo y negro de no saber qué hacer.

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