Howard Schultz es un empresario estadounidense, Presidente y Consejero Delegado de Starbucks Coffee Company, una franquicia con una particular filosofía de los negocios que cuenta con más de 10.000 establecimientos en todo el mundo. Starbucks nació en 1971 en el histórico mercado de Pike Place en Seattle, como una pequeña tienda de venta de cafés de importación. En 1982 Schultz se incorporó al negocio como director de marketing, y ese mismo año, durante un viaje a Italia, descubrió los famosos expresso y, sobre todo, el entramado cultural que rodeaba el consumo del café en el Viejo Continente. Su idea fue reproducirlo en Estados Unidos, para más tarde convertirla en la compañía de café más grande del mundo. Y en cierta ocasión dejó descubrir el secreto interno de su éxito:
Nuestra misión de tratar a las personas con respeto y dignidad no queda sólo en palabras –decía Schultz–, sino que es algo de los que nos preocupamos día a día. No puedes esperar que los empleados excedan las expectativas de tus clientes si tú no excedes las expectativas de tus empleados.
Vivir hoy en día sometidos a una sociedad globalizada donde las dificultades de un país extremo se pueden convertir en tus problemas cotidianos y donde el dinero no es algo de decisión personal sino la aportación internacional y las decisiones de sus dirigentes, parece que en muchos casos aquello de hacer “familia” empresarial se vuelve imposible. Y yo me pregunto: ¿será que nos hemos olvidado del individuo, de sus capacidades innatas, de su potencia creadora para salvar el día a día y además con éxito? El ambiente nihilista parece que puede con todo. La crisis, la falta de líderes, la corrupción política, la falta de identidad social… Todo parece que está tocado de muerte y es la hora de que el nuevo ser humano resurja con fuerza y de la vuelta a todo esto. Pero no basta con decir “quiero que esto dé la vuelta”. Quién espera que el éxito es algo que deben hacer lo demás, es parte del fracaso de todos.
Los tiempos han cambiado, con todo lo bueno y lo malo que conllevan. Es costoso y muy molesto cambiar de hábitos, de formas de hacer las cosas. Pero a tiempos nuevos, formas nuevas. El mundo de la cultura es quizás de los más afectados en la actualidad, porque la manera de consumir cultura ha afectado, y mucho, a la hora de asumirla y está repercutiendo de forma directa en la forma de adquirirla.
Es sin duda, la cultura, uno de los elementos que repercuten en la vida ordinaria de este mundo competitivo. Pero algunos profesionales se han dado cuenta de que no podemos seguir haciendo lo mismo que se hacía antes. Recordarán los oyentes que a finales de los ’90 y en los primeros años del 2000, no eras nadie hasta que además de tu licenciatura no lograbas un máster y bien reconocido. Era un extra a tu formación académica que se suponía te situaba de forma inmediata en la vena de la carrera profesional. Luego vino la crisis y barrió del flujo laboral a todos, a los "masterizados" y a los sencillos; a los que llevaban años acumulando experiencia, y a los imberbes recién llegados.
Si Schultz no hubiese pensado en cambiar algo en su negocio de café, Starbucks no sería lo que es y usted seguramente no lo conocería como es hoy. Schultz decidió meter un cambio en la vida de su tiendecita de café en un mercado local más o menos conocido, pero local. Es la hora de los emprendedores. La hora de romper con lo de siempre, con los moldes que nos encorsetan a la misma manera de hacer las cosas, aunque todos los días sean parecidos. Tenemos que arrancar de nuestra mentalidad la competitividad entre hombres y mujeres y encontrar el camino de la complementariedad, porque son precisamente las diferencias lo que nos unen para crear competencia.
Faltan líderes que sean capaces de crear equipos válidos. Sobran trabas administrativas y que los procesos de las ideas encuentren el camino libre que agilicen los puestos de trabajo y la creación de empresas. Menos papeles, menos licencias y menos permisos que constriñe a las personas con iniciativas y con las que nos sentimos saqueados antes de empezar a facturar.
Pero la vida sigue. Con sangre y con dolor, reduciendo nuestro perímetro de consumidor, buscando una aguja en un pajar que se ha quedado sin luz por falta de pago. Y en medio de esta aparente oscuridad, como en todas las crisis de la historia, se desaparecen los dinosaurios enormes y florecen nuevas formas de vida, adaptadas a las nuevas circunstancias. Y en medio de todo esto aparece el coaching, o dicho de otra forma, la formación interior personal. La formación que no trata de sacar brillo a nuestros títulos académicos, sino en reflotar lo mejor de cada uno de nosotros. Todo aquello que nos hace seres auténticamente únicos e irrepetibles y que nunca nadie nos lo había dicho.