Hace dos entradas, tratamos la crisis del sector editorial desde el punto de vista de la adquisición de la lectura; ahora me gustaría hablar de la crisis eterna, la del consumo de la lectura en el acto de leer. Esta crisis fue, es y será, porque lo lectores son pocos, y la sociedad pos moderna con sus teorías, sus inventos y su globalización avanzada, no ha logrado que haya servido para que redunde en la cultural del ser humano. La cultura sigue siendo restrictiva y dentro de ella, los empeñados en serlo, siguen siendo una minoría.
Lo he dicho todo, o casi todo, sobre lo que sucede en el panorama lector medio de nuestro panorama social. No quisiera ser negativo pero parece, al menos desde lo que las editoriales perciben, que la lectura ha tenido una caída brutal que se suman el 50% al 50% del año anterior... ¡Una hecatombe! Pero yo creo que esta situación es un fantasma cruel que se cierne sobre las cuentas de resultados, pero que no es cierta. Editores grandes, medianos y pequeños, estamos ante un enorme cambio de negocio que no sabemos cómo meterle mano. Las redes sociales se fagocitan unas a otras y el consumidor, resabiado más que listo, busca el gratis total.
Tenemos tal diversidad de acceso a la lectura, desde la tradicional librería, las librerías on-line (analógico o digital), lo que te sale solo en "San Google", los PDF de circulación libre, los blogs de escritores, etcétera, que a las editoriales solo nos queda sobrevivir de ciertos éxitos del pasado, alguno efímero del presente, y la incertidumbre del futuro. Queremos inventar algo que no sabemos para qué. Todos tenemos miedo. Hoy solo nos queda ligar libros a película de éxito, a un escándalo político, o a las verdulerías varias con extra de sexo raro e inexistente, también los clásicos de siempre pero en ediciones o muy baratas o súper caras.
El gratis total. Una gran trampa total. Muchos autores, en la esperanza de ser leídos, están dispuestos a regalar su trabajo, aunque luego exijan sus derechos de contrato al editor aunque solo haya vendido una docena de ejemplares. También muchas editoriales regalan sus libros procedentes de sobrantes de almacén (¡vamos, lo que no hay quién lo venda!) y todos, editores y autores, se han dado cuenta que es tan difícil regalar como vender un libro -en definitiva, colocar-, porque un libro a diferencia de un bolígrafo, una sartén o un edredón de plumas, no es algo práctico, si no que es un producto intelectual, y como tal hay que buscar la intelectualidad para llegar a vender ¡o regalar!, no la practicidad, porque si confundimos una casa con la otra, el libro regalado terminará decorando el salón de un nuevo rico o equilibrando la nevera de un piso de estudiantes, o no.
Luego tenemos el truquito del 2x1, y eso parece que tiene algo más de sentido, pero algunos, con el ansia de aligerar almacenes, pretenden, pretenden dar de comer la ambición del lector, pero eso solo es valido si el "2" es decir, el segundo ejemplar gratuito no es morralla sino algo que está en la línea de lo que el lector elige. Vender la novela, y meter de regalo un tratado sobre la reforma de la ley agraria de 1880, no parece lo más sugerente para que pique el avezado lector. Si haces una promo, haz una promo, pero no se puede tomar por tonto al público.
Los lectores. Pero lo que es una realidad es que el que es lector, lee, independientemente de cómo lo haga. Unos son reacios a no admitir formatos digitales, otros se adaptan a un mixto y otros han descubierto las delicias de llevarlo todo en un aparato que no supera los 150 gramos, o menos -cada vez menos-. Pero lo que no tiene marcha atrás es que la nuevas generaciones empujan y lo hacen en la senda de su caminar diario y donde reciben su fondo de armario cultural: los medios más comunes (dispositivos móviles) y el colegio, cada vez más digitalizado.
Para comprender esto recomiendo la lectura de Revolución (Sekotia 2013), de Román Cendoya @romancendoya, que hace un ensayo personal de corte antropológico y 100% contemporáneo, de cómo afectan las nuevas tecnologías a las sociedades modernas que de una forma u otra les afecta en su desarrollo social o cultural. Román divide a la sociedad en colonias de afectados y denomina como Prebotónicos, a la generación nacida antes del uso natural de las botonaduras que de alguna forma automatizaban parte de su vida (interruptores de la luz), que son todos los mayores de setenta años; los Botónicos, que somos los que nacimos ya con los botones puestos como medio de alteración de las cosas, que formaban parte de nuestro natural hacer cuando nacimos, y que somos los que contamos entre los 35 y 65 años; y por último los Táctiles, que es la última hornada de seres, donde sus dedos ya no hacen clic ni clac, sino que se deslizan sobre pantallas de hipersensibilidad.
Haya cada uno y se apunte a lo que le corresponda, aunque he de decir que los segmentos de humanos se corresponden más a la capacidad de adaptación mental que a la de fecha de nacimiento, porque conozco y reconozco octogenarios empeñados en ser táctiles admirables.
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