Cuando los mandamases del Gobierno dicen que ya no estamos en la crisis. Cuando los bancos vuelven a tener beneficios millonarios. Cuando los parados ya son menos pero claramente insuficientes... Es cuando otra vez a todos se nos prenden las velas de la esperanza y volvemos a querer sonreír.
En los últimos siete años -la famosa crisis- los editores, los grandes y los pequeños, hemos hundido nuestro empeño en un lodazal que nos ha dejado exhaustas las fuerzas, las cuentas corrientes en números rojos y la iniciativa que nos caracteriza, a veces osada y otras intrépidas, anulada por miedo al que será. Las crisis, siempre lo he dicho, hacen más bien que mal a medio-largo plazo. Son como las crecidas de los ríos, arrasan, pero limpian, renuevan y modifican el curso reavivando su naturaleza. Las crisis son también eso, economías desbordadas por falta de control y previsión que dejan dolor a su paso pero que terminan colocando a cada uno en su sitio. Una vez que he expuesto mi visión optimista de lo bien que, según mi teoría, nos va a ir a partir de ahora (ironía on), trataré de explicar qué no ha cambiado del sector editorial y por qué no terminará yendo bien a pesar de mi cosmovisión de las bondades de la crisis. Del sector editorial ya hablé hace tiempo, pero hay que insistir.
Para empezar creo que el sector editorial sigue anclado en un modelo estructural de los 60-70 donde no había nada más que los libros como canal para adquirir cultura y que entonces no existía como existe hoy competencia con la aldea global de Internet. Sin embargo todo sigue igual, y el gremio, los editores y lectores se limitan a debatir si libros de papel o ebook. Autores, editores, distribuidores, libreros y lectores. Esta es la cuestión y hoy el libro se mueve en una vía muerta de crecimiento, que cada vez huele más y peor a letrina pública.
El editor está arrastrado por una viciada inercia de décadas. Posiblemente porque a grandes rasgos pensamos que todo el mundo lee lo que le pongan por delante y todavía, a esta altura de la película, no nos hemos dado cuenta de que los lectores cada vez seleccionan más sus lecturas, no solo qué lee, si no cuándo lee y dónde lo hace. Quizá no nos hemos dado cuenta de que los lectores leen mucho y hay mucho a disposición del curioso lector en las redes sociales, los blogs y los pirateos. Y, esto seguro, no sabemos cómo dar valor añadido a lo que ofrecemos para competir contra todo eso. Todavía nos queda un clavo ardiendo al que cogernos: aportar información agrupada, buena y fiable, que ahorrará mucho tiempo de buscador al lector interesado.
Pero sabemos que esto no es suficiente. Que los editores tenemos que ir a más, mucho más. Por ejemplo la especialización de temas, los autores más señeros y con más repercusión en redes sociales, involucrados definitivamente en la promoción del libro y que apuesten codo con codo en la edición para que ambos salgan ganando. Si olvidamos que estamos en una industria de ideas, pero industria al fin y al cabo, estamos acabados, y a lo mejor eso es lo que nos pasa, que lo olvidamos.
El distribuidor que olvidado de su quehacer no da nada más que una función logística de ir y venir con los libros, y los que se vendan bien y los que no ...¡se siente! Siempre he pensado que un distribuidor debe ser el departamento externo comercial del editor, su brazo largo en el mercado para colocar títulos en los lugares adecuados (no todos los títulos encajan en todas las librerías), recoger información y decirle al editor por dónde van los tiros, por qué no se venden sus novedades y qué es lo que demanda el mercado. Hasta la fecha ningún distribuidor me ha pasado jamás un informe, solo la liquidación de ventas mensuales y las devoluciones de libros que anteriormente dijeron que sí, que estaban vendidos. Si el distribuidor no cambia y no propone nuevas forma de trabajo, más comprometidas, más uña y carne con el editor, será devorado por el mercado como ya sucediera por ejemplo con los distribuidores de alimentación y las grandes superficies. Un distribuidor no es un mero departamento logístico. Eso ya existe y cobran menos que ellos...
La librería es ese punto de venta especializado en la venta de libros del que cada vez quedan menos. Parece de perogrullo explicar esto, pero quedan ya tan pocas librerías que hay que ir dejándolo por escrito para posteriores generaciones y que no sepan qué era. Grandes ciudades como Barcelona y Madrid han visto cerrar librerías de las de toda la vida y a penas quedan libreros independientes que sepan dar aquel servicio (hablo en pasado porque esto ya no existe) a sus clientes con recomendaciones de libros adecuados a su público. No se atreven a la especialización y pretenden seguir viviendo del pelotazo de la novedad, del producto facilón de moda, de historias que explotan los bajos instintos y de poco pensar. Pero sobre todo pretende seguir viviendo (de esto grandes y pequeños) de un sistema que empobrece la correa comercial del libro que se denomina "ventas en depósito". Un sistema cuyo riesgo recae una y otra vez en la inversión del editor y de la que, junto al distribuidor, vive a expensas de él (del editor) sin que ninguno arriesgue nada del capital necesario para que el libro viva.
Creo que el sector editorial es el único que vive, y mal, con este sistema injusto. Solo el lector y el editor apuestan verdaderamente por el producto editorial, y si esto es así, el editor podría sacar a la venta los libros con un 55% más barato, hacer ediciones digitales a justadas a la demanda y trabajar directamente on-line con el consumidor final. ¿Qué tal? ¡Y ojo, no es ciencia ficción! Esto ya se están viviendo en muchas tiendas virtuales que dan un servicio puerta a puerta en 24/48 horas, que te atienden personalmente, te ayudan a hacer la compra, te sugieren otros títulos, acumulas puntos para próximas compras y... ¡además te regalan cositas por comprar!
El lector sigue siendo lector. No se ha dejado de leer, lo que pasa que, como en otras muchas cosas, tiene un poder importante de decisión, de cómo consumir (papel, ebook o en línea) y de cómo adquirir lo que lee. Lo que pasa, y me refiero a los editores, distribuidores y libreros, que el lector va por delante, no le satisfacemos, y él se busca la vida como puede.
Y luego queda el autor y la ley de libro. Otros elementos que conciben el sector editorial de forma demasiado legalista y personalista por querer ser garantista de unos derechos de autoría que valen lo que el mercado diga que vale. Una visión demasiado arcaica y que no es consciente de que el sector editorial es un sector industrial con resultados de valor contable y cuyo éxito intelectual lo define de alguna forma el éxito de las ventas. Sin embargo he de decir que los autores, muchos de ellos, son conscientes de la situación y del cambio que se ha producido y son capaces de llegar a acuerdos buenos y fiables para el mercado, sin que sufra ni el beneficio de ambos ni la intelectualidad del autor.
Necesitamos un cambio urgente y no veo que ni los gremios correspondientes ni las federaciones intervinientes muevan un pelo para hacer algo.
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