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¿Alguna vez te has cuestionado la educación que están recibiendo tus hijos, o nuestros infantes y jóvenes -los ciudadanos adultos del futuro-, en el colegio al que van?; ¿crees que otro sistema educativo es posible?; ¿piensas que la educación es un servicio público puro y duro como los demás dominado por completo por el Estado?

En la era de la información y la comunicación masiva, el acceso al conocimiento y a la formación no es tan sencillo como parece. El control de los mas media sobre la cultura y el pensamiento son muy poderosos. Pero de vez en cuando, a nuestro alrededor, descuellan ciertos destellos que rasgan ese monocorde planteamiento sobre la organización de la cosa pública, como es el caso del libro que comentamos: Elegir colegio, educar en libertad es un haz de luz, firme y claro, sobre la educación; la tarea más decisiva para la felicidad de las personas y el bienestar de una sociedad.

La editorial Sekotia, un magnífico proyecto y combativo en este proceloso mundo del libro, ejemplo extraordinario de buen hacer por su sencilla, atractiva y rectilínea defensa de la dignidad del ser humano, ha publicado un libro muy singular escrito por un padre preocupado por la educación de sus hijos y de los hijos de los demás, Pablo Sagarra Renedo. En él ha volcado su sabiduría como padre, su experiencia profesional, su audacia y su enorme sentido común. Desde el comienzo, y con claridad muy de agradecer, el autor, sin complejo alguno, parte de una cosmovisión iusnaturalista de la vida colocando a los padres en su lugar, que no es otro que el de ser los primeros y principales educadores de sus hijos. La idea fuerza de todo el libro es la del reconocimiento y devolución a los padres, dentro del sistema educativo, del protagonismo natural que les corresponde.

Escuela libre de verdad PORTADAElegir colegio, educar en libertad se trata de un ensayo o estudio, inédito en su planteamiento, sobre el sistema escolar que, en el caso de España y de tantos países occidentales, está siempre en el centro de la vida política y social afectando a los padres de familia en el día a día. Como el propio subtítulo indica, Sagarra presenta sin tapujos, de manera sistemática y precisa, un nuevo paradigma, una propuesta de cambio en el actuar de los padres en relación con la educación de sus hijos, y más concretamente con su escolarización. Un despertar de esa cuarteada generación de padres y madres que ven cómo, desde hace décadas, los poderes públicos manejan y deciden sobre la educación de sus hijos hasta extremos insospechados. Un alegato a los padres para que los poderes fácticos –cualesquiera- no eduquen a sus hijos, si no que les ayuden a educarles que no es lo mismo.

Este ensayo constituye un viento de aire fresco y edificante en un mundo, el escolar, donde el laicismo y el estatismo opresor, en mayor medida y so capa de neutralidad, orientan el sistema y han excluido del debate elementos decisivos para los padres y sus hijos como son la libertad, el respeto a sus convicciones morales y religiosas, la presencia de la religión en las aulas y no solo del crucifijo, la asignatura de la religión, etc.

El autor toca todos los temas cruciales del sistema porque también aborda su financiación cuestionándose el poder, superlativo, que la sociedad ha depositado en el Estado a la hora de gestionar los ingentes recursos económicos. Plantea en este aspecto soluciones alternativas como el cheque o bono escolar al que le dedica un sugerente capítulo.

También presenta propuestas a la hora de elegir colegio –teniendo en cuenta los diferentes contextos sociales-, sobre la coexistencia de dos redes en el sistema, la pública y la privada, los modelos educativos como el mixto y el diferenciado o el uso de los uniformes en los colegios.

Este libro constituye un canto a la libertad pero riguroso porque, como pone de manifiesto Sagarra, la libertad por la libertad no conduce a nada si no está fundamentada en la verdad del hombre. Es por ello una apuesta constante por el sentido común del que está tan carente nuestro sistema educativo, repleto por desgracia de un montón de prejuicios.Para Sagarra, si se tuviera más en cuenta, en la comunidad educativa, ese sentido común, el que aplican todos los días en relación con sus hijos todos los padres de todos los tiempos y de todas las culturas, se daría un paso de gigante en la mejora del sistema. Abre así un desafío no solo para los padres sino también para los alumnos, profesores, administraciones, sindicatos…, en definitiva para todos aquellos que pensamos que un sistema educativo mejor es posible y que su regeneración pasa por la renovación de unos valores imprescindibles y cuyo sostén jurídico público, nos guste o no, descansa en unas leyes y en unas prácticas gubernamentales manifiestamente mejorables

textos para blogPero el autor no cifra esa mejora en un supuesto cambio de actitud por parte de los poderes públicos, algo muy difícil de conseguir dadas la presión a la que están sometidos así como la personalidad y los planteamientos, hoy por hoy, de los políticos que ocupan sus puestos directivos. Emplaza a los padres, desde el principio al fin, para que asuman su ineludible papel mostrándoles la grandeza de su misión educativa –ellos son los primeros y principales responsables de la educación de sus hijos- y presentando propuestas prácticas, de supervivencia incluso, a nivel personal y familiar y en relación con los colegios, para conseguir proveer su educación con una serie de recomendaciones y consejos sencillos y efectivos.

A primera vista y dado el control férreo que el Estado tiene sobre el sistema educativo parece que el grado de utopía de este ensayo es elevado aunque su nivel de pragmatismo es muy grande y la inmensa mayoría de sus propuestas podrían ser perfectamente discutidas en el debate público con intención real de ser llevadas a la práctica.

Los planteamientos de Sagarra son revolucionarios pero necesarios. Para él, el dinero es un aspecto menor; no con más recursos económicos mejora la educación si no con más implicación de los padres, mayor respeto a sus convicciones ideológicas y morales en la escuela pública y privada y mayor libertad de elección del modelo educativo y de centro escolar.

La obra, insisto, es inédita. No hay nada igual en todas las publicaciones que se dedican a la educación, casi todas ellas centradas en la autoayuda educativa. Porque Sagarra trabaja desde la perspectiva de los padres y dirigiéndose a ellos,y acaso sin pretenderlo, plantea una reforma integral del sistema educativo occidental, en especial el establecido en España, Iberoamérica y la Europa no anglosajona, seria y completa que abarca todos los aspectos que incidiendo en la vida nacional, son manifiestamente mejorables en pro del bien personal y común de todos los ciudadanos.

En suma, Elegir colegio, educar en libertad es una obra magna que cualquier persona preocupada por los valores que sustentan a nuestra sociedad y por la manera de conducirse del sistema educativo, debe tener presente como referente único hasta la fecha. Ojalá este ensayo alcance una divulgación colosal porque necesitamos de un mayor protagonismo de los padres, particularmente en el sistema educativo, la clave de nuestro futuro como sociedad humana, civilizada.

Hace tiempo que fui al colegio. Para ser más exactos estuve en seis colegios, ninguno de curas, pero todos variados en su estilo pedagógico. Muchos pueden pensar -y lo piensan- que yo era un niño "imposible" y siempre respondo lo mismo: sí, es verdad, pero es con esos niños con los que se tienen que lucir los profesores, no con el empollón de gafitas que lo sabe todo.

Era un colegio de pago renombrado en Madrid (evitaré dar su razón social por motivos obvios),  y que se vanagloriaba (y se vanagloria) de su proyecto educativo porque era único, especial y personalizado, y cuyos valores máximos son desde siempre la educación en virtudes humanas y espirituales. Allí se me trató con desprecio. Se me dieron bofetadas que no recibí en ningún otro y soporté el vacío por parte de los alumnos gracias a la mofa pública de mi persona por parte de algunos profesores. Y todo esto para que al final recomendaran a mis padres que me fuera, que no me adaptaba al proyecto pedagógico del centro escolar... ¡En fin!

Entonces eso se quedó allí, grabado en la memoria infantil de una criatura que solo era capaz de vivir el presente como único reflejo de lo que sucedía en su vida y sin capacidad de valorar ciertamente lo que sucedía o no en aquel momento. Mis padres, supongo,  contemplaron con estupor cómo aquel colegio de pago (de pago alto) les devolviera a la criatura más maleada que como llegó. Han pasado de esto 43 años y lo recuerdo con... ¡resquemor! y no digo rencor porque mi postura moral no lo desea y lo rechazo, pero...

Y lo que sucede es que después de todo este tiempo el "tonto" de clase que no hizo carrera universitaria, no quiso hacer una oposición y nunca fui un niño rico, se ha convertido en un pequeño empresario que ostenta a su cargo tres CIF diferentes, ha escrito varios libros, tiene siete hijos, mantiene un  matrimonio feliz y se rodea de gente buena de muchas ideologías diferentes, clases sociales y países del más allá. Y ademas, el "tonto" no ha conocido en su vida el paro.

Hay listos de clase que ven con orgullo cómo su capacidad les coloca ostentosamente por encima de otros. Es lógico, estamos en una sociedad que compite y los niños de colegio, los listos y los tontos, también lo hacen. Los listos con su listeza y los tontos con otras muchas capacidades que no puntúan a final de curso.

No hay que reirse de los "tontos" de la clase. Porque luego la vida nos pone a cada uno en su sitio y podemos pasarlo mal. Pero sobre todo los "profes" y las "seños" deberían ser mucho más responables con su trabajo, que no son ni más ni menos que el futuro de muchas vidas y humanas. Hay muchos profesores que se merecen palizas, las mismas que dan a muchos alumnos. Antes palizas físicas y hoy despectivas. Doy muchas gracias a Dios de que en mi camino no me haya puesto delante a aquellos profesores, porque les hubiese puesto colorados ante su falta de humanidad, de calidad, de profesionalidad...

Gracias a todos los que sin embargo sí apostaron por mí, aunque me vieran entonces un poco "tonto". GRACIAS.

P.D.: Y después de todos estos años, aquel colegio todavía existe, y que saben el mal cierto que hicieron, pero nunca nadie pidió perdón, ni personalmente ni institucionalmente. Aquellas buenos valores, sólo estaban en la cascarilla de los folletos de promoción.