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ventiladorAndaba por la calle desesperado. Las ganas de aliviarse con una meada, era en cada segundo más acuciante. Había cenado hacía nada. No  tenía ganas de consumir para cubrir el peaje para mear en un local. Paso por una terraza atestada de jóvenes. En un cartel, hecho con la impresora de casa, anunciaba que las cañas sólo costaban 0,40€. Ese era el señuelo para que todos se agruparán como una tribu al rededor del aquelarre del serpentín. No se lo pensó más. Giró 90º he hizo chirriar los tacones de sus zapatos en las tablas sucias de cerveza derramada a la entrada del local. Dentro olía a mierda, a sobaco, a sexo contenido, a orín macerado en el suelo. La edad de nuestro hombre desencajaba en el ambiente. Todos, ellos y ellas, como diría Pedro Sánchez, le miraron. Sintieron que un cincuentón invadía su terreno. Pero la edad es un grado, y  les despreció. Se dejó guiar por una especie de instinto animal para encontrar el agujero donde desaguar. Bordeó la barra, giró a la izquierda. Luego una escalera... Arriba, como en un torreón, estaban los urinarios. Las puertas abiertas, como si todos los que salieron lo hubieran hecho huyendo. Se bajó la bragueta, casi se derrama en las manos. El chorro salió irrumpiendo contra el fondo del inodoro y sonaba como un tam-tam de la selva, era salvaje. Con los ojos cerrados disfrutó del placer de sentir cómo se relajaba la vejiga. La próstata hizo su trabajo con satisfacción. Luego, al final, cuando se sacudía para no llevarse al calzoncillo la última gota, abrió los ojos y lo vio. Aquel ventilador que no ventilaba, con ese empalme penoso y lleno de mierda ambiental pegada por la humedad, por el abandono, por el hedor macilento, ahora materializado. "Si lo sé, no entro a mear aquí", pensó asqueado mientras lo miraba morbosamente. Pero otra voz, haciendo eco tras sus orejas, le decía: "Ya, ahora que lo has echado todo", y se reía con la resonancia de la muerte.


Un grupo de cinco amigas, en corro sobre la arena. Podían ser universitarias o compañeras del Mercadona aprovechando la hora libre de comer. Todas hablan a la vez y se daban crema con ansia y placer. Entre ellas hay una que destaca por sus carnes blancas, su bikiny rosa chicle ácido y su volumen extremo. Todas han terminado con el rito de la crema. Unas ya se tuestan boca arriba y otras, más rezagadas, recolocan y planchan con la mano la toalla sobre las microdunas de la arena. Sólo ella, la gorda, sigue untándose protección en un muslo. Parece que no acabara nunca.
Se les echa la hora encima y alguna recoge ya para irse. Pero ella acaba de tumbarse boca abajo para entonar la espalda.


china tatuajeChina de "masaje o tatuaje" que se acerca a una rubia. Le enseña un cartel con el que explica el servicio. La rubia pregunta "cuánto". La china extiende sus cinco dedos de la mano derecha y mantiene una sonrisa lo más comercial posible, casi sumisa. La rubia dice que " Aquí ", señalándose el lado alto de la espalda. "No plobema" parece decir la china. Cierran el trato, la rubia se retira el pelo de la nuca y la china le suelta la parte alta del bikiny. Se unta de aceite y ¡a trabajar!


Una chica tumbada en la playa tomando el sol. Hasta aquí lo normal. En un lateral de su cuerpo un tatuaje desde el alto muslo hasta casi la axila de unas ruedas dentadas haciendo engranaje entre ellas. ¡Precioso, súper chulo! Toma el sol boca arriba, las manos tras la nuca. El sobaco peludo de un minero y las inglés de un  camello.