Si les cito el nombre de Edmondo De Amicis, quizá a muchos no les diga nada, hasta que les dé la siguiente pista: fue el autor de Corazón… Reeditada años después como Marco, de los Apeninos a los Andes. ¿A que ahora ya sí sabe de quién hablo?
Edmondo De Amicis nació en 1846, en Italia, y tuvo su primer contacto con la literatura en Cuneo. Estudió en un liceo de Turín. Entró a los dieciséis años en la Academia Militar de Módena y después de participar en la batalla de Cuneza, abandonó el ejército para hacerse viajero y escritor. Reflejó con mucho éxito en sus publicaciones las vivencias de sus andanzas en sus obras Marruecos, España y Holanda. Su obra se caracteriza por la mezcla del romanticismo y el realismo con un propósito altamente ético en el sentido de orientar al lector siempre hacia el bien. Su experiencia de vida le hizo expresarse quizá sin demasiada esperanza y dijo: El destino de muchos hombres dependió de haber o no haber tenido una biblioteca en su casa paterna.
En el siglo IX las librerías eran espacios selectos, casi únicos y existentes nada más en las grandes ciudades. Pero los libreros eran unos orientadores de cultura, sabían lo que se publicaba y quién era quién en la literatura, en los ensayos, las plumas de moda y las ediciones clásicas. En un mismo local se vendía la novedad del momento, muchas menos que hoy en día desde luego, pero que también traficaban con la venta de libros que llegaban de adquisiciones de embargos, de familias bien posicionadas que quizá arruinadas tenían que deshacerse de sus bienes para saldar sus deudas. Compraban casi con usura para revender los libros, que eran verdaderas joyas muy valoradas. Las librerías tenían también sus delegaciones. Libreros ambulantes que iban de pueblo en pueblo vendiendo sus productos, o comprando lo que otros rechazaban por desprecio de una herencia que quizá les venía demasiado grande para ellos, porque entonces la capacidad de leer no era un bien social, era algo relegado a personas con posibles, hijos de burgueses, familias adineradas u otros locos empeñados en conocer lo que los libros decían para volar lejos junto al autor que los escribiera.
Pero hoy estamos en el siglo XXI y mucho, mucho, mucho ha cambiado todo desde entonces. Si Edmondo De Amicis levantara la cabeza y viese las posibilidades de lectura de la que hoy cualquier ciudadano del mundo es capaz de adquirir, ya sea por el precio o los diferentes formatos de adquirir la lectura, iría quemando cada una de las casas de familias que tuviesen un lugar destinado a tener libros para leer, no solo para tener.
El legado que podemos dejar a nuestros hijos, o a la humanidad en general, no solo serían buenos libros que releer en posteriores generaciones de personas, si no la sabiduría que cada uno de esos textos acumularían en las personas. Los padres de familia que son lectores, han comprobado sobradamente que los hijos en general lo son también, y que las conversaciones sobre obras leídas o autores compartidos, son conversaciones entrañables, inteligentes y sobre todo muy expansivas a la hora de valorar algunos aspectos de la vida misma. Por el contrario, y perdonen si parezco que generalizo, las familias cuyo ocio cultural se limita a la TV como único vínculo al mundo exterior de sus vidas, no solo no tienen conversaciones entre ellos, es que tampoco son capaces de reflexionar por sí mismo pues están a acostumbrados a que lo hagan otros en una especie de voz en off que proviene del altavoz del televisor de casa.
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