Las claves: la ideología de género rompe con los estereotipos antropológicos. Además, se trata de acabar con la conciencia del discernimiento, es decir, con la idea misma del bien y del mal.
La globalización, según explica el filósofo Daniel López, en su próximo libro Historia del globalismo, «fue el resultado de la victoria del proyecto expansivo del Imperio Estadounidense contra el gigante soviético, triunfo decisivo para la configuración de la ideología de la Globalización oficial capitalista («neoliberal»), sobre todo en su modalidad financiera». Pero también fue causa del ambicioso proyecto comunista de Stalin, del que ya en los años 30 hablaba de construir el socialismo «en un solo país», es decir, el comunismo extendido devorando países y formando una sola Unión Soviética.
La realidad es que la URSS desapareció y triunfó el globalismo americano. Al principio, desde un proyecto financiero global mundial arreciado por el maridaje político entre Ronald Reagan y Margaret Thatcher, todo bien apuntalado con China, el gigante amarillo, como la gran fábrica mundial, desarmando la industria occidental y convirtiéndose en un mundo proyectado hacia el bienestar, los servicios y las ideas progresistas. Ahora pasa lo que pasa, como todos bien sabemos por el desastroso caso de los chips.
En España, al movimiento del partido Vox, que eleva altísimas expectativas políticas y sociales, han corrido a señalar su existencia como un peligro ultra de extrema derecha tratando de tacharlos con la etiqueta de facha y/o populista
Tras la estandarización económica-financiera-global-mundial, era necesario alinear las conciencias en una sola dirección generando ideologías neoliberales, como el consumo voraz que retroalimenta el sistema; la ideología de género, que rompe con los estereotipos antropológicos; y acabar con la conciencia del discernimiento, es decir, con la idea del bien y del mal, evitando mentalidades críticas y molestas a las que la Iglesia invita constantemente con cosas tan íntimas como el examen personal o el sacramento de la penitencia… Y en esto trabajan con afán los presidentes occidentales como Joe Biden en EEUU, Justin Trudeau en Canadá, Jacinda Ardern en Nueva Zelanda, Emmanuel Macron en Francia, Pedro Sánchez en España -y Pablo Casado lo hará si llega a La Moncloa...-. Frente a Donald Trump, al que entre todos y con trampas echaron de la Casa Blanca, Vladímir Putin en Rusia, Mateusz Morawiecki en Polonia, o Viktor Orbán en Hungría, a los que Bruselas castiga e instiga por no seguir las directrices del globalismo ideológico dominante.
El trabajo de la estandarización ideológica se nos va de las manos. Hablemos de lo local, vamos de España. Hablemos de cómo pretenden neutralizar a los ciudadanos desde la bipartitocracia, alternándose mientras avanzan en la destrucción de un país, que de facto es conservador, en un proyecto progresista del que participa la izquierda y ahora también eso que llaman derecha, moldeando a la sociedad con leyes, en muchos casos perversas e inmorales o dando participación en la política nacional a partidos que solo miran por su espíritu rupturista, como los nacionalistas, mayormente catalanistas, vascos y gallegos. Todo amasado por el dinero de la Hacienda española a la que odian y que reciben a manos llenas mientras apuñalan la mano que les da de comer.
Todo, incluso ese desaguisado nacionalista, forma parte de la maquinaria homogeneizadora que apunta a una misma dirección: diluir la esencia de España y convertirla en un pret a porter social más que nacional. Pero no deja de llamarme la atención, de cómo España, incluso Europa en su conjunto, cierra filas contra aquellos partidos y movimientos disidentes que se rebelan a ser convertidos en solo algo más. Que se niegan a que les borren la identidad y sus aspiraciones legítimas a no parecerse a los demás. En España, al movimiento del partido Vox, que eleva altísimas expectativas políticas y sociales, han corrido a señalar su existencia como un peligro ultra de extrema derecha tratando de tacharlos con la etiqueta de facha y/o populista. A los que les culpan de haberse reunido con Marine Le Pen o que su líder, Santiago Abascal, se haga fotos con Jair Messias Bolsonaro… Están todos muy nerviosos, políticos, periodistas y globalistas porque parece que hay algo o alguien que se sale de lo previsto. Lo curioso es que cada día ganan más adeptos, quizá porque el sentido común social está salvando a la humanidad y luchan contra el artificio del poder.
En España llevan muy en serio eso de controlar a los ultras y a los fachas, por eso ciertas opiniones sobre Vox y sus líderes, en Facebook lo bloquean, en Twitter lo prohíben, Google lo esconde, YouTube lo elimina y los Media del Sistema nunca lo mencionan, excepto para señalarlos… La realidad es bien distinta, porque quien cuenta la crónica son medios pagados con el dinero de todos, más parecido al Granma cubano que a la prensa libre que esperamos de España
En España llevan muy en serio eso de controlar a los ultras y a los fachas, por eso ciertas opiniones sobre Vox y sus líderes, en Facebook lo bloquean, en Twitter lo prohíben, Google lo esconde, YouTube lo elimina y los Media del Sistema nunca lo mencionan, excepto para señalarlos… La realidad es bien distinta, porque quien cuenta la crónica son medios pagados con el dinero de todos, más parecido al Granma cubano que a la prensa libre que esperamos de España.
Quizá, todo este resurgir de la historia española como un baluarte de orgullo o que surja un partido que su programa que se ajusta a lo que la gente necesita, reclama o demanda, es porque los partidos y políticos pro sistema viven en otro mundo paralelo que cada vez convencen a menos votantes. No se extrañen que pronto el balance de disidentes, tanto de medios de comunicación, como de ciudadanos y partidos políticos, crezca.